Creencias
Mentales y sus Efectos Emocionales que
se Somatizan…
Creencias y sistemas de creencias
Además de
los valores y los criterios, una de las formas más fundamentales en las que
enmarcamos nuestra experiencia y le otorgamos significado es a través de
nuestras creencias.
Las
creencias constituyen otro de los componentes clave de nuestra «estructura profunda».
En gran
medida, crean las «estructuras superficiales» de nuestros pensamientos,
palabras y acciones y les dan forma.
Determinan
cómo conferimos significado a los acontecimientos y constituyen el núcleo de la
motivación y la cultura.
Nuestras creencias
y nuestros valores proporcionan el refuerzo (motivación y permiso) que apoya o
inhibe determinados comportamientos y capacidades.
Las creencias
y los valores están relacionados con la pregunta, « ¿Por qué?» Las creencias son básicamente juicios y
evaluaciones sobre nosotros mismos, sobre los demás y sobre el mundo que nos rodea.
Las
creencias se consideran como generalizaciones firmemente aferradas acerca de:
1)
causalidad,
2) significado y 3) límites en a) el mundo que nos rodea, b) nuestro
comportamiento, c) nuestras capacidades y d) nuestra identidad.
Las
afirmaciones «El movimiento de las placas continentales provoca los terremotos»
y «La ira divina provoca los terremotos», por ejemplo, reflejan creencias
distintas acerca del mundo que nos rodea.
Afirmaciones
como «El polen causa alergia», «No es ético ocultar información», «Un humano no
puede correr una milla en menos de cuatro minutos», «Nunca tendré éxito porque
aprendo despacio» o «Detrás de todo comportamiento hay una intención positiva»,
representan creencias de una u otra índole.
Las
creencias funcionan a un nivel distinto que el comportamiento y la percepción,
e influyen sobre nuestra experiencia e interpretación de la realidad,
conectando esta experiencia con nuestros sistemas de valores o criterios.
Para
aumentar el significado práctico, por ejemplo, los valores deben ser conectados
a las experiencias por medio de las creencias.
Las
creencias relacionan los valores con el medio, con los comportamientos, con los
pensamientos y las representaciones, o con otros valores y creencias.
Las
creencias definen la relación entre los valores y sus causas, sus
«equivalencias de criterio» y sus consecuencias.
Una
afirmación de creencia típica liga determinado valor a determinada parte de
nuestra experiencia.
La
afirmación de creencia «El éxito requiere trabajo duro», por ejemplo, relaciona
el valor «éxito» con, cierta clase de actividad («trabajo duro»).
Según
sean sus creencias, cada cual adoptará un planteamiento distinto al tratar de
conseguir el éxito. Es más, el modo en que una situación, una actividad o una
idea encaje (o no) con las creencias y los sistemas de valores de un individuo
o grupo de individuos, determinará cómo serán éstas recibidas e incorporadas.
Neurológicamente,
las creencias están asociadas con el sistema límbico y el hipo tálamo del
cerebro medio. El sistema límbico ha sido relacionado con las emociones y con
la memoria a largo plazo.
Si bien
el sistema límbico es, en muchos aspectos, una estructura más «primitiva» que el
córtex del cerebro, sirve para Integrar la información procedente del córtex, así
como para regular el sistema nervioso autónomo, que controla a su vez
funciones corporales básicas como el ritmo cardíaco, la temperatura corporal, la
dilatación de las pupilas, etc.
Debido a que
son producidas por las estructuras más profundas del cerebro, las creencias provocan
cambios en las funciones fisiológicas fundamenta les del cuerpo, siendo responsables
de muchas de nuestras respuestas inconscientes.
De hecho,
uno de los medios por los que sabemos que creemos realmente en algo es porque activa
en nosotros reacciones fisiológicas: hace que nuestro corazón «lata acaloradamente»,
que nos «hierva la sangre» o que sintamos un «escalofrío», efectos todos ellos que
no podríamos provocar conscientemente.
Ésa es la
razón por la que el polígrafo puede detectar que una persona «miente».
Las personas
tienen reacciones distintas cuando creen en lo que dicen que cuando
«simplemente» pronuncian las palabras como una forma más de comportamiento
(como el actor que recita su papel), mienten o son incongruentes.
También
es esa íntima relación entre creencias y funciones psicológicas profundas lo
que hace posible que unas y otras influyan de manera tan poderosa en el campo
de la salud y la sanación, como se demuestra con el efecto placebo.
Las
creencias tienden a tener un efecto autoorganizador o «autocumplidor» sobre nuestro
comportamiento a múltiples niveles, desviando la atención hacia determinada área
en detrimento de otras.
Una persona
que de verdad crea que tiene una enfermedad incurable comenzará a organizar su vida
y sus actos en torno a dicha creencia, tomando muchas decisiones sutiles, a menudo
de forma inconsciente, que reflejarán esa creencia.
Otra persona,
en cambio, que crea firmemente que se curará de su enfermedad, tomará decisiones
muy distintas. Y puesto que las expectativas generadas por nuestras creencias afectan
a nuestra neurología más profunda, producirán también efectos fisiológicos espectaculares.
Es el caso
de la mujer que adoptó a un bebé y, convencida de que las «madres» tenían que amamantar
a sus hijos, ¡comenzó a producir realmente leche en cantidad suficiente para alimentar
al bebé adoptado!
El poder
de las creencias
Las creencias ejercen una
poderosa influencia sobre nuestra vida.
Asimismo, resultan
notablemente difíciles de cambiar por medio de las normas tradicionales de
pensamiento lógico o racional.
Existe
sobre esto una vieja anécdota, narrada por el psicólogo humanista Abraham
Maslow, acerca de un paciente que estaba siendo tratado por un psiquiatra.
Aquella persona rehusaba tomar bocado o cuidar de sí misma, aduciendo que era
un cadáver.
El
psiquiatra pasó largas horas argumentando con aquel paciente, para intentar
convencerlo de que no era un cadáver. Por fin le preguntó si los cadáveres
sangraban, a lo que el enfermo respondió: «Por supuesto que no; todas sus
funciones corporales se han detenido». Entonces el psiquiatra le convenció para
realizar juntos un pequeño experimento: le pincharla levemente con una aguja y
verían si sangraba o no. El paciente se mostró de acuerdo. Después de todo, era
un cadáver. El psiquiatra procedió a pincharle en el brazo con una aguja
hipodérmica y, por supuesto, comenzó a sangrar. Con una mirada de enorme
sorpresa y asombro, el paciente exclamó: «¡Que me aspen..., los cadáveres
SANGRAN!»
La
sabiduría popular tiene claro que, cuando alguien cree que puede hacer algo, lo
hace, mientras que si está convencido de que no es posible, ninguna cantidad de
esfuerzo lo convencerá de lo contrario.
Es
lamentable que muchas personas enfermas, por ejemplo de cáncer o afecciones
cardíacas, insistan ante sus médicos y sus amistades con la misma
creencia de la anécdota…
Creencias
como «Ya es demasiado tarde», «De todos modos no hay nada que yo pueda
hacer» o «Soy una víctima... Me ha tocado a mí»,
limitan a menudo la plenitud de recursos del paciente.
Nuestras
creencias sobre nosotros mismos, así como sobre lo que es posible en el
mundo a nuestro alrededor, influyen con fuerza en nuestra eficacia cotidiana.
Cada uno de nosotros tiene creencias que actúan como recursos, junto con otras
que nos limitan.
El poder
de las creencias quedó demostrado por un estudio esclarecedor, en el que un
grupo de niños de inteligencia media fueron divididos aleatoriamente en dos
grupos de igual número.
Uno de
los grupos fue asignado a un maestro al que se le dijo que sus alumnos
eran «superdotados».
El otro
grupo fue puesto al cargo de otro maestro, al que se le dijo que se
trataba de alumnos «lentos». A final de curso se sometió a los dos grupos a
test de inteligencia. Como era de esperar, la mayor parte de los alumnos
«superdotados» puntuaron mejor que al comenzar el curso, mientras que los
«lentos» lo hacían por debajo de sus registros anteriores: las creencias de sus
respectivos maestros habían afectado la capacidad de aprendizaje de los
alumnos.
En otro
estudio, cien «supervivientes» de cáncer (pacientes cuyos síntomas habían
desaparecido durante más de diez años) fueron entrevistados acerca de lo que
habían hecho para lograr lo. Las entrevistas demostraron que ningún tratamiento
sobresalía como más eficaz que los demás. Algunos pacientes habían seguido el
tratamiento tradicional de quimioterapia y/o radiación, otros habían adoptado
un enfoque nutricional, otros habían seguido un camino espiritual, otros se
habían concentrado en los aspectos psicológicos e incluso algunos no habían
hecho nada en absoluto. La única característica común a todos ellos consistía
en que estaban convencidos que su opción funcionaría.
El de «la
milla en cuatro minutos» constituye otro buen ejemplo del poder de las
creencias, tanto para limitarnos como para potenciarnos. Con anterioridad al 6
de mayo de 1954, se tenía la absoluta certeza de que los cuatro minutos eran
una barrera infranqueable, que era el tiempo mínimo que un humano podía tardar
en recorrer una milla. En los nueve años anteriores al día histórico en que
Roger Bannister rompió la marca de los cuatro minutos, nadie había conseguido
ni siquiera aproximarse a ese tiempo. Seis semanas después de la proeza de
Bannister, el corredor australiano John Lundy situó el récord un segundo más
abajo. Nueve años después, casi doscientas personas habían roto aquella
barrera, que otrora pareciera insuperable.
Efectivamente,
parece que todos estos ejemplos demuestran que nuestras creencias pueden moldear,
afectar e incluso determinar nuestro grado de inteligencia, nuestra salud,
nuestras relaciones, nuestra creatividad, e incluso nuestro nivel de felicidad
y éxito personal. Así pues, si es cierto que las creencias tienen tanto poder
sobre nuestra vida, ¿cómo podemos controlarlas, para que no nos controlen ellas
a nosotros? Muchas de estas creencias nos fueron implantadas en la infancia por
padres, maestros, entorno social y medios de comunicación, mucho antes de que
fuéramos conscientes de su impacto o de que pudiésemos decidir sobre ellas. ¿Es
posible reestructurar, desaprender o cambiar esas viejas creencias, que tal vez
nos estén limitando, e incorporar otras nueras, susceptibles de expandir
nuestro potencial mucho más allá e 'o que hoy podríamos imaginar? Y si lo es,
¿cómo hacerlo?
El poder de la palabra
ofrecen algunas herramientas, nuevas y poderosas, con las que remodelar
y transformar creencias potencialmente limitadoras.
Creencias
limitadoras
Las tres
áreas más comunes de creencias limitadoras se centran en torno a las cuestiones
relacionadas con la desesperanza, la impotencia y la ausencia
de mérito. Estas tres grandes áreas de creencias pueden ejercer una enorme
influencia respecto a la salud mental y física de las personas.
1.
Desesperanza: Creencia de que el objetivo deseado no es alcanzable, sean cuales
sean nuestras capacidades.
2.
Impotencia: Creencia de que el objetivo deseado es alcanzable, pero no somos
capaces de lograrlo.
3.
Ausencia de mérito: Creencia de que no merecemos el objetivo deseado debido a
algo que somos o hemos (o no hemos) hecho.
La
desesperanza se da cuando alguien no cree que determinado objetivo apetecido
sea ni siquiera alcanzable. Se caracteriza por el sentimiento de que «Haga
lo que haga nada cambiará.
Lo que
deseo es inalcanzable. Está fuera de mi alcance. Soy una víctima».
La
impotencia se da cuando, aun creyendo que el objetivo existe y es alcanzable,
la persona no se siente capaz de lograrlo.
Produce
el sentimiento de que «Eso está al alcance de otros, pero no de mí. No soy
lo bastante bueno o capaz para conseguirlo».
La
ausencia de mérito está presente cuando, aunque la persona crea que el objetivo
deseado es alcanzable y que dispone de la capacidad para lograrlo, renuncia a
él porque cree que no merece conseguir aquello que tanto desea. Se caracteriza
por el sentimiento de que «Soy un fraude. No pertenezco aquí. No merezco ser
feliz o estar sano. Hay algo fundamentalmente malo en mí como persona. Merezco
el dolor y el sufrimiento que estoy experimentando».
Para
tener éxito, las personas necesitan cambiar esta clase de creencias limitadoras
por otras que impliquen esperanza en el futuro, sensación de capacidad y
responsabilidad y sentido de valía y pertenencia.
Obviamente,
las creencias más penetrantes son aquellas que se relacionan con nuestra identidad.
He aquí algunos ejemplos de creencias limitadoras relacionadas
con la identidad: «Soy un inútil/no valgo nada/soy una víctima», «No merezco
tener éxito”, “SÍ consigo lo que deseo perderé alguna otra cosa», «No
tengo permiso para tener éxito».
Las creencias
limitadoras operan a veces como «virus mentales», con una capacidad de
destrucción parecida a la de un virus biológico o informático. Un «virus
mental» es una creencia limitadora que llega a convertirse en una «profecía que
se cumple por sí misma», y a interferir con nuestros esfuerzos y con la
capacidad para sanar o mejorar (la estructura y la influencia de los virus
mentales.
Los virus
mentales contienen suposiciones y presuposiciones no verbalizadas, lo que las
hace aún más difíciles de identificar y combatir frecuentemente, las creencias
más influyentes están fuera del alcance de nuestra conciencia.
Las
creencias limitadoras y los virus mentales suelen presentarse como
«obstáculos», en apariencia insuperables, en el proceso de cambio. En estas
situaciones la persona sentirá: «Lo he intentado todo para cambiar y nada
funciona». Tratar con eficacia con estos obstáculos implica descubrir la
creencia limitadora que está en su núcleo y tratarla de la manera adecuada.
Transformar las creencias
limitadoras
En última
instancia, transformamos las creencias limitadoras y nos «inmunizamos» a los
«virus mentales» cuando expandimos y enriquecemos nuestro modelo del
mundo, y percibimos con mayor claridad nuestra identidad y nuestras misiones.
Las creencias limitadoras, por ejemplo, son a menudo desarrolladas con el objetivo
de cumplimentar algún propósito positivo, como el de protegerse, establecer
límites, dotarse de poder personal, etc.
Reconociendo
estas intenciones profundas y actualizando nuestros mapas mentales para incluir
otras formas, más eficaces, de cumplimentarlas, las creencias pueden ser a
menudo cambiadas con un mínimo de esfuerzo y sufrimiento.
Muchas
creencias limitadoras surgen como consecuencia de preguntas sin responder sobre
el «cómo». Es decir, cuando una persona no sabe cómo cambiar su
comportamiento, es fácil que elabore la creencia de que «Este comportamiento
no puede cambiarse». Si una persona no sabe cómo cumplir determinada tarea o
función, lo más probable es que desarrolle la creencia de que «Soy incapaz
de completar esta tarea con éxito». Así pues, también resulta a menudo
importante proporcionar las respuestas a una serie de preguntas sobre el «cómo»
para ayudar a la persona a transformar sus creencias. Por ejemplo, para tratar
con una creencia como «Es peligroso mostrar mis emociones», deberemos responder
a la pregunta: « ¿Cómo puedo mostrar mis emociones y mantener al mismo tiempo
la seguridad?»
Las
creencias limitadoras pueden ser transformadas o actualizadas mediante la
identificación de la intención positiva y de las presuposiciones subyacentes en
la creencia y proporcionando alternativas y nuevas respuestas a preguntas sobre
el «cómo» Las creencias, tanto las potenciadoras como las limitadoras, son a
menudo construidas mediante la realimentación y el refuerzo procedentes de
otras personas significativas para nosotros. Nuestros sentidos de identidad y
misión, por ejemplo, vienen a menudo definidos por otras personas importantes,
o «mentores», que nos sirven como puntos de referencia para los sistemas mayores
de los que nos percibimos como miembros.
Las
creencias, tanto las limitadoras como las potenciadoras, están relacionadas con
nuestras expectativas.
Expectativa
significa «anhelo o deseo» de que se produzca un resultado o un acontecimiento.
Según implica
«un alto grado de certeza, hasta el punto de realizar preparativos o anticipar ciertas
cosas, acciones o sentimientos».
Las
expectativas influyen sobre nuestro comportamiento de diferentes modos, dependiendo
de hacia donde se dirijan.
Nuestras
expectativas ejercen, pues, un fuerte impacto, tanto sobre nuestra motivación
como sobre las conclusiones que derivamos de nuestra experiencia.
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