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Neuro Coach OVI

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FreeLancer, Ovidio Nieto Jaraba, Neuro Coach Cerebral, Entrenador Y Recuperador Mental, Emocional, Y Físico. Director Del Centro Integrativo Neuro Explora Con OVI, Donde Imparte Su Técnica Integrativa De Entrenamiento Cerebral, En El Desafío De Reprogramar La Mente, Y La Transformar El Pensamiento En Un Reto “Desde 21 Días”.

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lunes, 4 de septiembre de 2017

Creencias Mentales y sus Efectos Emocionales que se Somatizan…

Creencias Mentales y sus Efectos  Emocionales que se Somatizan…


Creencias y sistemas de creencias

Además de los valores y los criterios, una de las formas más fundamentales en las que enmarcamos nuestra experiencia y le otorgamos significado es a través de nuestras creencias.

Las creencias constituyen otro de los componentes clave de nuestra «estructura profunda».

En gran medida, crean las «estructuras superficiales» de nuestros pensamientos, palabras y acciones y les dan forma.

Determinan cómo conferimos significado a los acontecimientos y constituyen el núcleo de la motivación y la cultura.

Nuestras creencias y nuestros valores proporcionan el refuerzo (motivación y permiso) que apoya o inhibe determinados comportamientos y capacidades.

Las creencias y los valores están relacionados con la pregunta, « ¿Por qué?»  Las creencias son básicamente juicios y evaluaciones sobre nosotros mismos, sobre los demás y sobre el mundo que nos rodea.

Las creencias se consideran como generalizaciones firmemente aferradas acerca de:

1)   causalidad,  2) significado y 3) límites en a) el mundo que nos rodea, b) nuestro comportamiento, c) nuestras capacidades y d) nuestra identidad.

Las afirmaciones «El movimiento de las placas continentales provoca los terremotos» y «La ira divina provoca los terremotos», por ejemplo, reflejan creencias distintas acerca del mundo que nos rodea.

Afirmaciones como «El polen causa alergia», «No es ético ocultar información», «Un humano no puede correr una milla en menos de cuatro minutos», «Nunca tendré éxito porque aprendo despacio» o «Detrás de todo comportamiento hay una intención positiva», representan creencias de una u otra índole.

Las creencias funcionan a un nivel distinto que el comportamiento y la percepción, e influyen sobre nuestra experiencia e interpretación de la realidad, conectando esta experiencia con nuestros sistemas de valores o criterios. 

Para aumentar el significado práctico, por ejemplo, los valores deben ser conectados a las experiencias por medio de las creencias.

Las creencias relacionan los valores con el medio, con los comportamientos, con los pensamientos y las representaciones, o con otros valores y creencias.

Las creencias definen la relación entre los valores y sus causas, sus «equivalencias de criterio» y sus consecuencias.

Una afirmación de creencia típica liga determinado valor a determinada parte de nuestra experiencia.

La afirmación de creencia «El éxito requiere trabajo duro», por ejemplo, relaciona el valor «éxito» con, cierta clase de actividad («trabajo duro»).

Según sean sus creencias, cada cual adoptará un planteamiento distinto al tratar de conseguir el éxito. Es más, el modo en que una situación, una actividad o una idea encaje (o no) con las creencias y los sistemas de valores de un individuo o grupo de individuos, determinará cómo serán éstas recibidas e incorporadas.

Neurológicamente, las creencias están asociadas con el sistema límbico y el hipo tálamo del cerebro medio. El sistema límbico ha sido relacionado con las emociones y con la memoria a largo plazo.

Si bien el sistema límbico es, en muchos aspectos, una estructura más «primitiva» que el córtex del cerebro, sirve para Integrar la información procedente del córtex, así como para regular el sistema nervioso autónomo, que controla a su vez funciones corporales básicas como el ritmo cardíaco, la temperatura corporal, la dilatación de las pupilas, etc.

Debido a que son producidas por las estructuras más profundas del cerebro, las creencias provocan cambios en las funciones fisiológicas fundamenta les del cuerpo, siendo responsables de muchas de nuestras respuestas inconscientes.

De hecho, uno de los medios por los que sabemos que creemos realmente en algo es porque activa en nosotros reacciones fisiológicas: hace que nuestro corazón «lata acaloradamente», que nos «hierva la sangre» o que sintamos un «escalofrío», efectos todos ellos que no podríamos provocar conscientemente.

Ésa es la razón por la que el polígrafo puede detectar que una persona «miente».

Las personas tienen reacciones distintas cuando creen en lo que dicen que cuando «simplemente» pronuncian las palabras como una forma más de comportamiento (como el actor que recita su papel), mienten o son incongruentes.

También es esa íntima relación entre creencias y funciones psicológicas profundas lo que hace posible que unas y otras influyan de manera tan poderosa en el campo de la salud y la sanación, como se demuestra con el efecto placebo.

Las creencias tienden a tener un efecto autoorganizador o «autocumplidor» sobre nuestro comportamiento a múltiples niveles, desviando la atención hacia determinada área en detrimento de otras.

Una persona que de verdad crea que tiene una enfermedad incurable comenzará a organizar su vida y sus actos en torno a dicha creencia, tomando muchas decisiones sutiles, a menudo de forma inconsciente, que reflejarán esa creencia.

Otra persona, en cambio, que crea firmemente que se curará de su enfermedad, tomará decisiones muy distintas. Y puesto que las expectativas generadas por nuestras creencias afectan a nuestra neurología más profunda, producirán también efectos fisiológicos espectaculares.

Es el caso de la mujer que adoptó a un bebé y, convencida de que las «madres» tenían que amamantar a sus hijos, ¡comenzó a producir realmente leche en cantidad suficiente para alimentar al bebé adoptado!

El poder de las creencias

Las creencias ejercen una poderosa influencia sobre nuestra vida.

Asimismo, resultan notablemente difíciles de cambiar por medio de las normas tradicionales de pensamiento lógico o racional.

Existe sobre esto una vieja anécdota, narrada por el psicólogo humanista Abraham Maslow, acerca de un paciente que estaba siendo tratado por un psiquiatra. Aquella persona rehusaba tomar bocado o cuidar de sí misma, aduciendo que era un cadáver.

El psiquiatra pasó largas horas argumentando con aquel paciente, para intentar convencerlo de que no era un cadáver. Por fin le preguntó si los cadáveres sangraban, a lo que el enfermo respondió: «Por supuesto que no; todas sus funciones corporales se han detenido». Entonces el psiquiatra le convenció para realizar juntos un pequeño experimento: le pincharla levemente con una aguja y verían si sangraba o no. El paciente se mostró de acuerdo. Después de todo, era un cadáver. El psiquiatra procedió a pincharle en el brazo con una aguja hipodérmica y, por supuesto, comenzó a sangrar. Con una mirada de enorme sorpresa y asombro, el paciente exclamó: «¡Que me aspen..., los cadáveres SANGRAN!»

La sabiduría popular tiene claro que, cuando alguien cree que puede hacer algo, lo hace, mientras que si está convencido de que no es posible, ninguna cantidad de esfuerzo lo convencerá de lo contrario.

Es lamentable que muchas personas enfermas, por ejemplo de cáncer o afecciones cardíacas, insistan ante sus médicos y sus amistades con la misma creencia de la anécdota…

Creencias como «Ya es demasiado tarde», «De todos modos no hay nada que yo pueda hacer» o «Soy una víctima... Me ha tocado a mí», limitan a menudo la plenitud de recursos del paciente.

Nuestras creencias sobre nosotros mismos, así como sobre lo que es posible en el mundo a nuestro alrededor, influyen con fuerza en nuestra eficacia cotidiana. Cada uno de nosotros tiene creencias que actúan como recursos, junto con otras que nos limitan.

El poder de las creencias quedó demostrado por un estudio esclarecedor, en el que un grupo de niños de inteligencia media fueron divididos aleatoriamente en dos grupos de igual número.

Uno de los grupos fue asignado a un maestro al que se le dijo que sus alumnos eran «superdotados».

El otro grupo fue puesto al cargo de otro maestro, al que se le dijo que se trataba de alumnos «lentos». A final de curso se sometió a los dos grupos a test de inteligencia. Como era de esperar, la mayor parte de los alumnos «superdotados» puntuaron mejor que al comenzar el curso, mientras que los «lentos» lo hacían por debajo de sus registros anteriores: las creencias de sus respectivos maestros habían afectado la capacidad de aprendizaje de los alumnos.

En otro estudio, cien «supervivientes» de cáncer (pacientes cuyos síntomas habían desaparecido durante más de diez años) fueron entrevistados acerca de lo que habían hecho para lograr lo. Las entrevistas demostraron que ningún tratamiento sobresalía como más eficaz que los demás. Algunos pacientes habían seguido el tratamiento tradicional de quimioterapia y/o radiación, otros habían adoptado un enfoque nutricional, otros habían seguido un camino espiritual, otros se habían concentrado en los aspectos psicológicos e incluso algunos no habían hecho nada en absoluto. La única característica común a todos ellos consistía en que estaban convencidos que su opción funcionaría.

El de «la milla en cuatro minutos» constituye otro buen ejemplo del poder de las creencias, tanto para limitarnos como para potenciarnos. Con anterioridad al 6 de mayo de 1954, se tenía la absoluta certeza de que los cuatro minutos eran una barrera infranqueable, que era el tiempo mínimo que un humano podía tardar en recorrer una milla. En los nueve años anteriores al día histórico en que Roger Bannister rompió la marca de los cuatro minutos, nadie había conseguido ni siquiera aproximarse a ese tiempo. Seis semanas después de la proeza de Bannister, el corredor australiano John Lundy situó el récord un segundo más abajo. Nueve años después, casi doscientas personas habían roto aquella barrera, que otrora pareciera insuperable.

Efectivamente, parece que todos estos ejemplos demuestran que nuestras creencias pueden moldear, afectar e incluso determinar nuestro grado de inteligencia, nuestra salud, nuestras relaciones, nuestra creatividad, e incluso nuestro nivel de felicidad y éxito personal. Así pues, si es cierto que las creencias tienen tanto poder sobre nuestra vida, ¿cómo podemos controlarlas, para que no nos controlen ellas a nosotros? Muchas de estas creencias nos fueron implantadas en la infancia por padres, maestros, entorno social y medios de comunicación, mucho antes de que fuéramos conscientes de su impacto o de que pudiésemos decidir sobre ellas. ¿Es posible reestructurar, desaprender o cambiar esas viejas creencias, que tal vez nos estén limitando, e incorporar otras nueras, susceptibles de expandir nuestro potencial mucho más allá e 'o que hoy podríamos imaginar? Y si lo es, ¿cómo hacerlo?

 El poder de la palabra ofrecen algunas herramientas, nuevas y poderosas, con las que remodelar y transformar creencias potencialmente limitadoras.

Creencias limitadoras
Las tres áreas más comunes de creencias limitadoras se centran en torno a las cuestiones relacionadas con la desesperanza, la impotencia y la ausencia de mérito. Estas tres grandes áreas de creencias pueden ejercer una enorme influencia respecto a la salud mental y física de las personas.

1. Desesperanza: Creencia de que el objetivo deseado no es alcanzable, sean cuales sean nuestras capacidades.

2. Impotencia: Creencia de que el objetivo deseado es alcanzable, pero no somos capaces de lograrlo.

3. Ausencia de mérito: Creencia de que no merecemos el objetivo deseado debido a algo que somos o hemos (o no hemos) hecho.

La desesperanza se da cuando alguien no cree que determinado objetivo apetecido sea ni siquiera alcanzable. Se caracteriza por el sentimiento de que «Haga lo que haga nada cambiará.

Lo que deseo es inalcanzable. Está fuera de mi alcance. Soy una víctima».

La impotencia se da cuando, aun creyendo que el objetivo existe y es alcanzable, la persona no se siente capaz de lograrlo.

Produce el sentimiento de que «Eso está al alcance de otros, pero no de mí. No soy lo bastante bueno o capaz para conseguirlo».

La ausencia de mérito está presente cuando, aunque la persona crea que el objetivo deseado es alcanzable y que dispone de la capacidad para lograrlo, renuncia a él porque cree que no merece conseguir aquello que tanto desea. Se caracteriza por el sentimiento de que «Soy un fraude. No pertenezco aquí. No merezco ser feliz o estar sano. Hay algo fundamentalmente malo en mí como persona. Merezco el dolor y el sufrimiento que estoy experimentando».

Para tener éxito, las personas necesitan cambiar esta clase de creencias limitadoras por otras que impliquen esperanza en el futuro, sensación de capacidad y responsabilidad y sentido de valía y pertenencia.

Obviamente, las creencias más penetrantes son aquellas que se relacionan con nuestra identidad. He aquí algunos ejemplos de creencias limitadoras relacionadas con la identidad: «Soy un inútil/no valgo nada/soy una víctima», «No merezco tener éxito”, “SÍ consigo lo que deseo perderé alguna otra cosa», «No tengo permiso para tener éxito».

Las creencias limitadoras operan a veces como «virus mentales», con una capacidad de destrucción parecida a la de un virus biológico o informático. Un «virus mental» es una creencia limitadora que llega a convertirse en una «profecía que se cumple por sí misma», y a interferir con nuestros esfuerzos y con la capacidad para sanar o mejorar (la estructura y la influencia de los virus mentales.

Los virus mentales contienen suposiciones y presuposiciones no verbalizadas, lo que las hace aún más difíciles de identificar y combatir frecuentemente, las creencias más influyentes están fuera del alcance de nuestra conciencia.

Las creencias limitadoras y los virus mentales suelen presentarse como «obstáculos», en apariencia insuperables, en el proceso de cambio. En estas situaciones la persona sentirá: «Lo he intentado todo para cambiar y nada funciona». Tratar con eficacia con estos obstáculos implica descubrir la creencia limitadora que está en su núcleo y tratarla de la manera adecuada.

Transformar las creencias limitadoras

En última instancia, transformamos las creencias limitadoras y nos «inmunizamos» a los «virus mentales» cuando expandimos y enriquecemos nuestro modelo del mundo, y percibimos con mayor claridad nuestra identidad y nuestras misiones. Las creencias limitadoras, por ejemplo, son a menudo desarrolladas con el objetivo de cumplimentar algún propósito positivo, como el de protegerse, establecer límites, dotarse de poder personal, etc.

Reconociendo estas intenciones profundas y actualizando nuestros mapas mentales para incluir otras formas, más eficaces, de cumplimentarlas, las creencias pueden ser a menudo cambiadas con un mínimo de esfuerzo y sufrimiento.

Muchas creencias limitadoras surgen como consecuencia de preguntas sin responder sobre el «cómo». Es decir, cuando una persona no sabe cómo cambiar su comportamiento, es fácil que elabore la creencia de que «Este comportamiento no puede cambiarse». Si una persona no sabe cómo cumplir determinada tarea o función, lo más probable es que desarrolle la creencia de que «Soy incapaz de completar esta tarea con éxito». Así pues, también resulta a menudo importante proporcionar las respuestas a una serie de preguntas sobre el «cómo» para ayudar a la persona a transformar sus creencias. Por ejemplo, para tratar con una creencia como «Es peligroso mostrar mis emociones», deberemos responder a la pregunta: « ¿Cómo puedo mostrar mis emociones y mantener al mismo tiempo la seguridad?»

Las creencias limitadoras pueden ser transformadas o actualizadas mediante la identificación de la intención positiva y de las presuposiciones subyacentes en la creencia y proporcionando alternativas y nuevas respuestas a preguntas sobre el «cómo» Las creencias, tanto las potenciadoras como las limitadoras, son a menudo construidas mediante la realimentación y el refuerzo procedentes de otras personas significativas para nosotros. Nuestros sentidos de identidad y misión, por ejemplo, vienen a menudo definidos por otras personas importantes, o «mentores», que nos sirven como puntos de referencia para los sistemas mayores de los que nos percibimos como miembros.

Las creencias, tanto las limitadoras como las potenciadoras, están relacionadas con nuestras expectativas.

Expectativa significa «anhelo o deseo» de que se produzca un resultado o un acontecimiento.

Según implica «un alto grado de certeza, hasta el punto de realizar preparativos o anticipar ciertas cosas, acciones o sentimientos».

Las expectativas influyen sobre nuestro comportamiento de diferentes modos, dependiendo de hacia donde se dirijan.


Nuestras expectativas ejercen, pues, un fuerte impacto, tanto sobre nuestra motivación como sobre las conclusiones que derivamos de nuestra experiencia.

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