¿Qué es la atención?
La atención es el proceso por el cual podemos dirigir nuestros recursos mentales sobre algunos aspectos del medio, los más relevantes, o bien sobre la ejecución de determinadas acciones que consideramos más adecuadas entre las posibles. Hace referencia al estado de observación y de alerta que nos permite tomar conciencia de lo que ocurre en nuestro entorno (Ballesteros, 2000).
En otras palabras, la atención es la capacidad de generar, dirigir y mantener un estado de activación adecuado para el procesamiento correcto de la información.
Dentro de esta función debemos hablar de 5 procesos diferentes:
Atención sostenida: capacidad de mantener de manera fluida el foco de atención en una tarea o evento durante un periodo de tiempo prolongado. Este tipo de atención también se llama vigilancia.
Atención selectiva: capacidad para dirigir la atención y centrarse en algo sin permitir que otros estímulos, bien externos o internos, interrumpan la tarea.
Atención alternante: capacidad de cambiar nuestro foco de atención de una tarea o norma interna a otra de manera fluida.
Velocidad de procesamiento: ritmo al que el cerebro realiza una tarea (evidentemente, varía según la tarea, dependiendo del resto de funciones cognitivas implicadas en la misma). Se mide a través del tiempo que emplea el sujeto entre que recibe el estímulo y emite la respuesta.
Heminegligencia: gran dificultad o incapacidad para dirigir la atención hacia uno de los lados (normalmente, el izquierdo), tanto en relación al propio cuerpo como al espacio.
¿Para qué sirve la atención?
A lo largo de nuestra vida necesitamos la atención para todo tipo de cosas.
Desde niños aprendemos a centrarnos en unos estímulos ignorando otros de menor importancia.
A veces somos capaces de recordar fácilmente un conversación que hemos tenido pero no somos capaces de recordar otros aspectos, digamos, secundarios: el lugar, la ropa de nuestro interlocutor, si hacía frío o calor... Otro ejemplo sería cuando debemos ser capaces de estar concentrados en algo durante un largo tiempo, incluso aunque sea aburrido, como puede ser una charla en clase o en el trabajo.
Desde niños aprendemos a centrarnos en unos estímulos ignorando otros de menor importancia.
A veces somos capaces de recordar fácilmente un conversación que hemos tenido pero no somos capaces de recordar otros aspectos, digamos, secundarios: el lugar, la ropa de nuestro interlocutor, si hacía frío o calor... Otro ejemplo sería cuando debemos ser capaces de estar concentrados en algo durante un largo tiempo, incluso aunque sea aburrido, como puede ser una charla en clase o en el trabajo.
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