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Neuro Coach OVI

Neuro Coach OVI
FreeLancer, Ovidio Nieto Jaraba, Neuro Coach Cerebral, Entrenador Y Recuperador Mental, Emocional, Y Físico. Director Del Centro Integrativo Neuro Explora Con OVI, Donde Imparte Su Técnica Integrativa De Entrenamiento Cerebral, En El Desafío De Reprogramar La Mente, Y La Transformar El Pensamiento En Un Reto “Desde 21 Días”.

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lunes, 14 de octubre de 2024

La Transformación a través del despertar de la Conciencia. Neuro Coach OVI

 


La Transformación a través del despertar de la Conciencia. Neuro Coach OVI

La neurociencia moderna ha demostrado que el conocimiento tiene un poder revolucionario cuando se aplica de manera consciente. En este contexto, el concepto de la información a la transformación toma un papel central. Cuando adquirimos nueva información y conocimiento, nuestro cerebro responde conectando y disparando circuitos neuronales, lo que facilita la comprensión y con ello la posibilidad de aplicar dicho conocimiento a nuestras vidas.

Este proceso es más que una simple práctica cognitiva; se trata de entrenar al cerebro para cambiar su estado y, eventualmente, nuestra realidad física y emocional. Al aplicar principios científicos de manera sencilla, podemos generar experiencias que nos permiten transformar nuestro ser y vivir de una manera más consciente. Esta transformación se basa en el conocimiento profundo de cómo funcionamos, desde la biología hasta la neurociencia, lo que nos empoderar a nivel personal.

El verdadero reto, sin embargo, no reside solo en aprender o en adquirir más información, sino en tomarse el tiempo para practicar y aplicar estos conocimientos de manera regular. Esto es lo que nos permite realmente cambiar nuestras vidas. Cuando conseguimos alejarnos del entorno que nos define y damos al cerebro y al cuerpo el descanso necesario para integrar nueva información, empezamos a generar cambios duraderos.

Sentí un interés profundo por el concepto que llamo “de la información a la transformación”. Si le brindamos información a las personas, les damos conocimiento, y cuando lo internalizan, comienzan a repetir esa información. Este proceso desencadena la activación de redes neuronales, conectando la información en el cerebro. ¿Están de acuerdo? Si integramos esa información, somos capaces de repetirla y reforzarla. Es como ver una imagen: al describirla, activamos circuitos neuronales que construyen un modelo de comprensión. Así que, si logramos instruir a la gente en cómo aplicar ese conocimiento y desmitificar la experiencia, el cambio comienza a ocurrir.

La ciencia, para mí, se ha convertido en el lenguaje contemporáneo del misticismo lo etéreo. Es la forma en que explicamos lo inexplicable. No es una religión, no es una tradición ni una cultura que divida. Sin embargo, cuando usamos un lenguaje místico de lo etéreo, muchas personas se desconectan. Pero la ciencia, cuando la simplificamos lo suficiente, crea una comunidad universal. Si aprendemos un poco sobre nosotros mismos, sobre nuestro cerebro, sobre nuestra genética, sobre cómo funcionamos, obtenemos poder. Y el poder sobre uno mismo, en particular, es una forma de empoderamiento.

Desde esta perspectiva, podemos instruir a los demás sobre cómo usar este conocimiento para generar experiencias transformadoras. Cuando la gente pone en práctica este conocimiento, su experiencia cambia y con ello se produce una verdadera transformación. Si pudiéramos medir dicha transformación, podríamos enseñar cómo transformarnos sin la necesidad de obtener más. Lo que hicimos el año pasado fue precisamente eso: reducir la brecha entre el conocimiento y la experiencia. Y lo más hermoso, lo más humilde para mí, fue ver a las personas experimentar su verdadero potencial.

Ya no siento el mismo entusiasmo por dar charlas o conferencias. Lo que realmente me apasiona es estar con personas que desean poner en práctica este conocimiento. Quiero estar con quienes estén dispuestos a aplicar estos principios, porque cuando lo hacen, el resultado final es pura magia. Todos somos creadores y no hay nadie tan especial como para estar excluido de esta ecuación. Todos tenemos ese potencial.

Un ejemplo claro de este proceso lo vi en un retiro reciente. Un hombre que había estado luchando con una enfermedad genética rara, algo que la ciencia médica había calificado como imposible de sanar, logró cambios significativos al poner en práctica estos principios. Él comenzó a transformar su vida tanto que sus médicos no pudieron encontrar marcadores genéticos que indicaran la enfermedad. Él dijo algo que me resonó profundamente… Mi enfermedad fue mi mayor maestra. Ese es el poder de la experiencia transformadora. Si somos capaces de retirarnos de nuestras vidas cotidianas por un día, de eliminar el estímulo constante que fuerza la identidad que creemos ser y comenzamos a asimilar nueva información y a vivirla, podemos cambiar. Cuando repetimos ese proceso lo suficiente, desarrollamos una nueva habilidad, y es exactamente lo que vi en nuestro grupo avanzado. Muchos de nuestros estudiantes tardan menos de un minuto en cambiar su estado cerebral; algunos lo hacen en segundos. No se trata de una competencia para ver quién llega primero a la divinidad, sino de practicar hasta que el cambio se convierte en una habilidad natural.

Lo que he aprendido es que cuanto más practicamos, mejor nos volvemos. Cuando nos sumergimos en estas prácticas, tanto con los ojos abiertos como cerrados, nuestras ondas cerebrales comienzan a reflejar un estado de mayor coherencia. En el último año, hemos hecho historia en la ciencia porque hemos presenciado eventos extraordinarios repetidamente. No estoy aquí para convencerte de que es posible, porque ya sé que lo es. Estoy aquí para inspirarte a que lo apliques en tu vida.

La parte más difícil de todo esto, ¿sabes cuál es? Sacar tiempo para hacerlo, dedicarte a ti mismo el tiempo necesario para comenzar el cambio desde adentro hacia afuera. Las personas que lo han hecho han sanado de trastornos genéticos raros que la ciencia médica creía imposibles de revertir. Viven ahora sin rastros de la enfermedad en sus cuerpos. Para ellos, la enfermedad se convirtió en una maestra. Esto no es teoría, es la realidad de lo que ocurre cuando aplicamos este conocimiento.

Lo que aprendí este año es que cuando las personas se comprometen con este proceso, incluso en las circunstancias más difíciles, pueden cambiar su salud de manera radical. Es algo que he observado repetidamente. Y si seguimos produciendo los mismos efectos, estamos hablando de una nueva ley de la ciencia: lo que es replicable y constante se convierte en ley. Y si ellos pudieron hacerlo, nosotros también podemos.

En los últimos dos años, he sido testigo de algo sorprendente: personas que comenzaron a experimentar cambios significativos en su cuerpo, como si nunca hubiesen estado enfermas. Sus análisis de sangre y orina eran completamente normales. En muchos casos, fue como si la vida les ofreciera un borrón y cuenta nueva, un momento de gracia en el que la enfermedad simplemente dejó de existir. A medida que comencé a hablar con estas personas, les pedí que escribieran sus testimonios. Cada una de ellas había llegado a un punto en el que habían trascendido sus propias limitaciones y se sentían profundamente felices por ser quienes eran en ese momento, tanto que ya no les preocupaba su enfermedad. Fue en ese estado de plenitud y conexión cuando comenzaron a sanar.

Lo que descubrí en todos estos casos es que cuando nos sentimos enteros y completos, conectados con una visión o con un futuro, es cuando los milagros ocurren. Estas personas no estaban creando desde la polaridad o la dualidad, no trataban de curarse desde el esfuerzo, la esperanza o el miedo. En lugar de eso, se habían expandido hacia un estado de invencibilidad, de ilimitación. Habían tocado algo más profundo en su ser, un lugar donde lo divino fluye sin esfuerzo. Y cuando uno alcanza esa emoción elevada, comienza a enviar señales diferentes a los genes, cambiando la biología del cuerpo. Cada vez que tenemos un pensamiento, se libera una sustancia química en el cuerpo que nos hace sentir acorde a ese pensamiento. Si el pensamiento es de alegría o de gratitud, activamos un conjunto específico de circuitos en el cerebro que nos hacen sentir increíbles, ilimitados o alegres. Sin embargo, si el pensamiento es de miedo, culpa o tristeza, se activan diferentes circuitos que producen una serie de emociones que coinciden con esos pensamientos negativos. Este ciclo de pensar y sentir, y luego sentir y pensar, puede durar años. A esto es lo que llamo un estado de ser.

Déjenme darles un ejemplo. Durante uno de nuestros retiros, conocí a una mujer que había estado luchando durante años con una enfermedad auto inmune debilitante. Después de varias sesiones de meditación profunda y de trabajo con estas técnicas, comenzó a experimentar un cambio radical en su salud. Lo que antes parecía imposible de sanar, empezó a desaparecer. Sus análisis médicos mostraron que su sistema inmunológico estaba funcionando con normalidad y, lo más importante, ella se sentía plena y feliz. Lo que ella compartió fue algo que he escuchado muchas veces: “Dejé de preocuparme por la enfermedad y comencé a enfocarme en cómo quería sentirme. Y cuando me sentí plena, la enfermedad desapareció”.

Este ciclo de pensar y sentir, cuando se repite lo suficiente, se convierte en un hábito. Y un hábito no es más que un conjunto de pensamientos, comportamientos y emociones que hemos memorizado a través de la repetición. Cuando el cuerpo sabe mejor que la mente cómo reaccionar ante una situación, hemos caído en un patrón automático. En este punto, muchas personas se encuentran atrapadas en un ciclo de negatividad, usando solo el 5% de su mente consciente para intentar cambiar, mientras que el 95% de su ser está operando desde programas subconscientes. Es como si, por un lado, intentáramos cambiar nuestras vidas, mientras que, por otro, una parte más profunda de nosotros sigue operando desde el pasado.

Es en este momento donde debemos re entrenar nuestro cuerpo para alinearse con una nueva mente. Esto requiere práctica, disciplina y, sobre todo, coherencia entre nuestros pensamientos y emociones. Si queremos transformar nuestra vida, debemos primero transformar nuestro estado de ser. Cuando somos capaces de pensar y sentir de manera coherente, cuando nuestros pensamientos y emociones están alineados con nuestro futuro deseado, entonces comenzamos a emitir señales claras al cuerpo y al universo. En ese punto, el cuerpo ya no está reaccionando al pasado, sino creando un futuro. La clave está en romper el ciclo de pensamientos y emociones que nos mantienen anclados en el pasado.

 

Cuando empezamos a pensar en cómo queremos sentirnos y alineamos nuestro cuerpo con esos pensamientos, el cambio es inevitable. Así es como convertimos el conocimiento en experiencia y, finalmente, en sabiduría. Cuando miramos de cerca nuestras vidas, es fácil ver cómo los sentimientos y las emociones son el resultado final de las experiencias que hemos vivido. Si cada día nos sentimos igual, si nuestras emociones no cambian, eso significa que no estamos creando nada nuevo en nuestra vida. ¿Por qué? Porque nuestras emociones están ancladas en el pasado.

Si nuestras emociones están ligadas a las experiencias del pasado y no podemos pensar más allá de cómo nos sentimos, nuestros sentimientos habrán tomado el control de nuestro pensamiento. Es un ciclo que nos atrapa, donde nuestros pensamientos están condicionados por el pasado y, si seguimos pensando lo mismo, también seguimos sintiendo lo mismo. Esto nos mantiene creando las mismas experiencias una y otra vez.

En términos cuánticos, la realidad siempre responde a nuestros pensamientos y emociones. Si estamos constantemente pensando y sintiendo en función de experiencias pasadas, estamos recreando esas mismas experiencias. Nuestro cuerpo, que es como una mente inconsciente, no distingue entre una experiencia real que genera una emoción y una emoción que creamos solo con un pensamiento. Para el cuerpo, ambos son lo mismo. Si repetimos ese ciclo de pensamiento y sentimiento durante años, el cuerpo comienza a creer que todavía está en el pasado, viviendo esas experiencias una y otra vez. Es como si el cuerpo quedara atrapado en un bucle temporal, incapaz de avanzar hacia un nuevo futuro.

Ahora, aquí es donde entra en juego nuestro sistema cerebral. Tenemos tres cerebros, tres capas de procesamiento que nos permiten pasar de pensar a actuar y, finalmente, a ser. El primer cerebro, el neo córtex, es lo que nos permite pensar. Es la parte más evolucionada del cerebro, la capa exterior con todos esos pliegues. Gracias al neo córtex, tenemos la capacidad de percibir y conectarnos con el entorno, de recopilar información. Y cuando aprendemos algo nuevo, como montar en bicicleta, bailar salsa o cocinar, estamos actualizando el hardware de nuestro cerebro. Toda esa información se almacena en el cerebro pensante. Sin embargo, la verdadera transformación ocurre cuando aplicamos ese conocimiento.

 

No basta con leer un libro sobre compasión o sobre perdón, por ejemplo. Tenemos que personalizar ese conocimiento, actuar en consecuencia y vivir una nueva experiencia. Es en ese momento cuando entra en juego el segundo cerebro, el cerebro límbico o emocional. Este cerebro, ubicado justo debajo del neocórtex, es el encargado de producir las emociones y sentimientos que acompañan a nuestras experiencias.

Imagina que lees un libro sobre el perdón y luego otro sobre la compasión. Tal vez tomas un curso sobre inteligencia emocional y recibes toda esta información en tu neo córtex, procesándola. Pero luego te encuentras en una situación en la que todo ese conocimiento te es puesto a prueba. Pongamos un ejemplo: te estás preparando para la fiesta de Navidad de tu empresa. Estás de buen humor, te arreglas mientras escuchas música, pero de repente recibes una llamada de tu mejor amiga. Ella te dice que en la fiesta estará esa persona que te traicionó, que habló mal de ti y a la que ascendieron en lugar de a ti. De repente, tu mente comienza a crear un montón de escenarios sobre cómo vengarte, cómo podrías hacerle pasar un mal rato. Y justo en ese momento te detienes y recuerdas el libro sobre compasión que leíste. Te das cuenta de que estás cayendo en patrones emocionales del pasado.

Este es un momento crucial. Al observar tus pensamientos y emociones automáticas, te vuelves consciente de ellos. Ya no eres el programa; te das cuenta de que estás atrapado en un ciclo de pensamientos inconscientes, de emociones adictivas que te han mantenido atado al pasado. Este es el primer paso para cambiar. A partir de ahí, la clave está en romper ese ciclo de repetición. Si seguimos actuando de la misma manera, el cuerpo, que es la mente inconsciente, sigue repitiendo el mismo patrón. Pero cuando comenzamos a observar esos pensamientos y emociones, cuando los traemos a la conciencia, dejamos de ser el programa. Y cuando dejamos de ser el programa, podemos empezar a elegir nuevas formas de pensar y sentir.

Un ejemplo claro de esto lo vi en una de las personas que asistieron a uno de mis seminarios. Esta persona había estado luchando con resentimiento durante años hacia un familiar que la había tratado injustamente. A pesar de haber leído y aprendido mucho sobre el perdón, cada vez que pensaba en esa persona volvía a sentir ese viejo resentimiento. Sin embargo, al comenzar a observar sus pensamientos y emociones automáticas, se dio cuenta de que estaba atrapada en un ciclo. Decidió que, en lugar de permitir que su cuerpo controlara su mente, sería ella quien controlara su cuerpo y sus emociones. Empezó a meditar diariamente, a practicar la gratitud, y con el tiempo esa vieja emoción de resentimiento fue reemplazada por una sensación de paz. El cambio no ocurrió de la noche a la mañana.

 

Pero a medida que continuó el proceso, pudo liberarse del pasado y empezar a crear una nueva realidad. La lección es clara: si queremos crear un nuevo futuro, no podemos seguir viviendo en el pasado. Es necesario reprogramar la mente y el cuerpo para que ambos trabajen en alineación con el futuro que queremos crear. Eso es lo que significa realmente transformarse, y cuando lo logramos, todo en nuestra vida comienza a cambiar de manera profunda y duradera.

Cuando hablamos de observarnos a nosotros mismos, nos referimos a esa conciencia que tiene la capacidad de tomar distancia de nuestros pensamientos y emociones, como si fuéramos testigos de nuestro propio comportamiento. En ese momento, comenzamos a objetivizar nuestro yo subjetivo, es decir, dejamos de ser meramente reactivos y comenzamos a observar las reacciones automáticas que hemos desarrollado a lo largo del tiempo. Este es el primer paso para cambiar.

Imagina que has estado atrapado en patrones de pensamiento negativos durante años. Cada vez que te enfrentas a una situación que te genera ansiedad, tu respuesta automática es preocuparte. Pero un día decides detener ese ciclo al ser consciente de esos pensamientos automáticos y, en lugar de dejarte llevar por ellos, decides bloquearlos. A medida que interrumpes esos viejos patrones, las conexiones entre las neuronas que disparaban esas reacciones comienzan a debilitarse. Las células nerviosas que antes se activaban conjuntamente empiezan a silenciarse. Este proceso es lo que llamamos neuro plasticidad: el cerebro cambia y se reconfigura en función de nuestros nuevos pensamientos y comportamientos.

Supongamos que has leído libros sobre compasión, sobre cómo perdonar y cómo ser más consciente emocionalmente. Quizás asististe a un seminario donde aprendiste a observar tus emociones sin reaccionar de inmediato. Luego, te invitan a una cena en la que sabes que estará una persona con la que has tenido diferencias en el pasado. En lugar de entrar en la dinámica habitual de resentimiento o confrontación, decides aplicar lo que has aprendido. Te visualizas durante la cena, ensayando… Cómo responderás con calma y compasión, recordando lo que has leído y aprendido. Al practicar mentalmente esta nueva forma de actuar, estás activando nuevos circuitos en tu cerebro y lo haces de tal manera que el cerebro cree que ya está viviendo esa experiencia. Este ensayo mental fortalece esas nuevas conexiones neuronales. Cuando finalmente llegas a la cena y te enfrentas a esa persona, algo diferente sucede. En lugar de reaccionar como lo harías en el pasado, te recuerdas a ti mismo quién quieres ser y actúas desde ese lugar. Tu comportamiento ahora coincide con tus intenciones y comienzas a sentir una profunda compasión. Es como si todo el conocimiento que habías adquirido anteriormente se transformara en una experiencia vivida. Ya no es solo teoría, ahora lo entiendes a nivel emocional y a nivel corporal.

Esto no ocurre de la noche a la mañana. La transformación requiere repetición. Debes practicar este nuevo comportamiento una y otra vez hasta que tu cuerpo lo memorice de la misma manera que lo hace tu mente consciente. Solo entonces, el cerebro límbico, que es el responsable de las emociones, comenzará a emitir señales químicas que reforzarán esta nueva forma de ser. Un buen ejemplo de este proceso es cuando aprendemos a conducir un automóvil. Al principio, estamos al llegar a este nivel de competencia. Hemos logrado lo que podríamos llamar dominio. Hemos practicado tanto que lo que antes era un esfuerzo consciente, ahora es algo automático, innato. En este estado, mente y cuerpo trabajan en perfecta sincronía y podemos acceder a una nueva forma de existir, donde ya no somos esclavos de los patrones del pasado, sino creadores conscientes de nuestro futuro.

Este dominio no solo se aplica a cómo interactuamos con los demás, sino también a cómo creamos nuestra realidad. Cuando comenzamos a alinearnos con nuestra visión de un futuro mejor y actuamos desde esa conciencia elevada, emitimos señales a nuestros genes y comenzamos a cambiar nuestra biología. No solo somos capaces de modificar nuestro comportamiento, también estamos transformando nuestro cuerpo desde un nivel molecular. Este es el poder de la conciencia: la capacidad de observar, cambiar y crear un nuevo futuro.

Me siento conectado con todos, con el mundo entero, con cada palabra y cada momento. A medida que experimento esta conexión, la separación entre mí y la persona que tengo enfrente se disuelve. Cuando hay menos separación, me siento más completo y esto significa que mi realidad puede manifestarse en un periodo más corto. La separación crea la ilusión del tiempo. Hay un punto de conciencia que soy yo aquí y otro punto que es la persona allá, y entre nosotros hay espacio. Si quiero ir hacia esa persona, debo moverme a través de ese espacio y, por lo tanto, experimento el tiempo.

Por ejemplo, cuando pienso en escribir mi libro y me pregunto: “Dios mío, quiero terminar este capítulo”, estoy en un punto de conciencia. El otro punto es terminar el capítulo, que se encuentra en el futuro. Cuanto más vivo sometido a las hormonas del estrés, más creo que el futuro está fuera de mí, como si tuviera que esforzarme para llegar a él. Sin embargo, si estoy en el campo unificado, siento que hay menos separación en este reino, menos dualidad y polaridad, y más unidad y plenitud. Desde este lugar de conexión, me doy cuenta de que las cosas pueden suceder más rápidamente porque hay menos separación.

He trabajado con grupos de personas en talleres avanzados, ayudándoles a ir más allá de sí mismos. Entiendo lo que ocurre en el cerebro en estos procesos. Ahora puedo decirles qué sucederá. Hemos trabajado juntos para que puedan convertirse en nadie, en nada, en ningún lugar y en ningún momento, en pura conciencia. Esta transformación les permite desplegarse como conciencia en este vasto espacio infinito, sin rostro, sin nombre, sin identidad, solo con el conocimiento de que son conscientes en este espacio.

Cuando empiezo a explorar este estado de ser, mi cerebro y mi cuerpo cambian, y aunque estoy en lo desconocido, me reconozco como pura conciencia. La mayoría de las personas se enfocan en su entorno, en las personas, las cosas y los lugares, dejando que su atención se fije en lo externo. El cerebro se detiene, cambia a ondas alfa y mira hacia dentro. Después, la persona vuelve al exterior, reacciona emocionalmente y su atención se desplaza a las ondas beta altas, quedando atrapada en el mundo exterior donde percibe amenazas. Si cierro los ojos, me siento vulnerable y, por ende, me cuesta relajarme.

Cuando me convierto en nadie, en nada, en ninguna parte y en ningún momento, aparto toda mi atención de lo conocido y empiezo a mirar hacia lo desconocido. Para hacer esto, debo estar en el presente y ser consciente de mi entorno, como cuando percibo que alguien está verdaderamente presente conmigo. Imaginemos a un observador que está esperando algo, por ejemplo, un padre que aguarda a que su hijo adolescente regrese a casa. Aunque el hijo puede haber hecho cosas que lo decepcionaron, el padre siempre le abrirá la puerta. Lo divino en mí espera lo mismo, y cuando me siento en su presencia, pongo toda mi atención en ello.

Sin embargo, debo recordar que si no soy consciente de algo en ese momento, no existe para mí. Tal vez no sea consciente de mi dedo gordo del pie derecho, pero en cuanto me concentro en él, cobra existencia. Si las hormonas del estrés dominan mis días y mi atención se centra únicamente en las cosas materiales, en personas, y estoy en peligro, necesito limitar mi enfoque y prestar atención al campo unificado, porque si no lo hago, no existe para mí. Esta realidad es como mi dedo gordo del pie. La ciencia puede demostrar que está ahí, pero la forma en que lo experimento no es a través de mis sentidos. La experiencia va más allá de ellos, la siento como una conciencia.

Estoy en el nexo, el puente que me lleva de ser alguien a ser nadie, de ser parte del mundo a convertirme en la información que une a todos. En el momento en que soy consciente de esto, presto atención y lo experimento. Siento esa conexión momento a momento. Cuando dirijo mi atención hacia algo, existe o no. Si realmente lo experimento, eso debería cambiar los circuitos de mi cerebro, porque así es como funcionan las experiencias. Al interactuar con este campo unificado y la información que contiene, empiezo a recibir descargas en mi cerebro sobre el pasado, el presente o el futuro. Estas experiencias internas comienzan a cambiar mi percepción del mundo exterior. Si mantengo mi atención en lo divino, quizás de repente empiece a ver lo divino en otras personas.

Allí es donde se encuentra mi atención. Si la pongo en algo, esa realidad comienza a existir. Sin embargo, si no sé lo que busco, limitaré mi experiencia. Por ejemplo, imaginen que están en una clase de cocina aprendiendo a preparar un platillo exquisito. Al principio, pueden pensar que simplemente están allí por la comida. Pero a medida que el chef empieza a hablar sobre los ingredientes, su origen y cómo cada uno contribuye al sabor final, se dan cuenta de que están creando una conexión mucho más profunda.

Mientras exploran el aroma del ajo, el frescor del cilantro y el dulzor del tomate, comienzan a notar las sutilezas de cada ingrediente y cómo se complementan entre sí. Están en un espacio de aprendizaje y descubrimiento, y cada nuevo dato que adquieren sobre la combinación de sabores y la técnica culinaria activa nuevas neuronas en su cerebro. Estarían de acuerdo en que, mientras aprenden esta información, están creando nuevas conexiones en su cerebro. Gracias a estas nuevas conexiones, se sumergen en la experiencia con las herramientas adecuadas.

Cuando el chef les dice que presten atención a los aromas que se liberan en la cocción, como el toque ahumado del pimiento asado, comienzan a oler y degustar, dándose cuenta de que están en el presente, experimentando cada momento de la preparación de la comida. Buscan patrones entre lo que está almacenado en su cerebro y lo que están viviendo, creando recuerdos a partir de esta conexión. Mientras avanza la clase, notan que cada ingrediente tiene un carácter propio y que la magia ocurre cuando se combinan de manera adecuada. Si hay un ingrediente que no les gusta, como un tipo de pescado que no les parece sabroso, lo aprenden a evitar en futuras preparaciones.

De este modo, vuelven a la experiencia, combinando sus nuevos conocimientos culinarios con diferentes técnicas y sabores. A medida que practican y repiten el proceso, su percepción se vuelve más aguda y aprecian cada vez más la complejidad de la cocina. Cuanto más saben sobre el arte de cocinar, más se preparan para la experiencia. Como ocurre en la vida en general, este proceso se asemeja a lo que ocurre en el campo unificado. Cuando aprendo a desmitificar y a explicarlo, empiezo a comprender la relación que existe entre mí y la energía que me rodea.

A menudo, es fundamental deshacerse de creencias limitantes que me impiden acceder a este campo. La idea de que hay un poder superior que está distante y separado de mí puede ser una de esas creencias que limitan mi experiencia. Tal vez sea momento de rendirse un poco más a este campo unificado, de abrir mi mente y corazón a la posibilidad de que todo lo que existe está interconectado. Cuando empiezo a prestarle atención y a ser consciente de este campo, me doy cuenta de que no se trata de un ser distante, sino de amor, una inteligencia amorosa que me envuelve y me guía.

Esta energía no se manifiesta como una sustancia química, sino como una frecuencia que puedo sintonizar. A medida que exploro esta conexión, me doy cuenta de que todo está vibrando en armonía, en un entramado de energía que conecta a todas las formas de vida. Comprender este fenómeno me lleva a reflexionar sobre las dimensiones del espacio-tiempo y del tiempo-espacio. Empiezo a ver que las experiencias no son solo momentos aislados, sino parte de un continuo en el que cada acción y cada pensamiento pueden influir en el resultado de mi vida. Es como si estuviera creando un lienzo con cada pincelada de mi atención.

Si dirijo mis pensamientos hacia lo positivo y lo constructivo, empiezo a ver los frutos de mi esfuerzo manifestarse en el mundo exterior. Cuando dedico tiempo a cultivar emociones elevadas, como la gratitud o el amor, estoy activando circuitos en mi cerebro que me permiten recibir más de esas mismas emociones. Al tomar conciencia de esto, puedo sentirme más conectado con las personas que me rodean.

Cuando veo lo divino en los demás, comienzo a entender que no hay separación real entre nosotros. Estamos todos conectados en esta red de conciencia. Es en este espacio de unidad donde puedo experimentar un profundo sentido de pertenencia y conexión, algo que enriquece mi vida de maneras inimaginables. La neurociencia nos muestra que nuestras emociones y pensamientos tienen un impacto tangible en nuestro bienestar físico. Cuando experimento emociones elevadas como alegría o amor, estoy enviando nuevas señales a mi cuerpo, lo que debería resultar en la producción de nuevas proteínas y la activación de funciones celulares que promueven la salud. Esto no solo me afecta a mí, sino que también influye en las personas que me rodean, creando un ambiente más positivo y amoroso.

A medida que actualizo continuamente los circuitos de mi cerebro, cada momento de atención consciente se convierte en una oportunidad para transformar mi vida. Aprendo a identificar patrones en mis pensamientos y emociones y a reprogramar aquellos que no me sirven. Este proceso de auto observación me permite ser más consciente de mis reacciones, dándome la libertad de elegir cómo responder a las circunstancias de la vida. Además, al ser consciente del campo unificado, empiezo a ver que mis pensamientos pueden influir en mi realidad. Cuando enfoco mi atención en lo que deseo crear, me estoy alineando con esa realidad y, a su vez, estoy enviando una señal al universo. Este acto de atención consciente no solo es poderoso, sino que también me empoderar para ser el arquitecto de mi vida.

En conclusión, cuando dirijo mi atención a algo, realmente lo traigo a la existencia en mi experiencia. Cada nueva experiencia tiene el potencial de cambiar mis circuitos cerebrales y mi percepción del mundo. Al aprender a prestar atención a lo divino y a la energía que me rodea, transformo mi realidad y me conecto más profundamente con los demás. Al abrir mi corazón y mente a esta conexión, puedo crear una vida llena de significado, amor y unidad. La clave está en ser consciente y presente en cada momento, lo que me permite vivir con mayor plenitud y apreciar la belleza de la vida.

Únete al movimiento de la sanación y transforma tu vida. Tu apoyo es crucial para continuar con nuestra misión de ayudar a más personas a descubrir su verdadero potencial. Te esperamos en la comunidad universal y estamos expectantes de acompañarte en este emocionante viaje de transformación.

Muchas gracias por su atención. Espero que este mensaje haya resonado con ustedes y los inspire a adoptar una mentalidad de transformación y tomar posturas de empoderamiento en sus vidas. Gracias.

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